DIOS

Autor: 

Santiago Roncagliolo - tomado de El Comercio

La persona que más admiro es el sacerdote Hubert Lanssiers, que fue capellán de las cárceles del Perú. En los años ochenta, Lanssiers habría podido ser abatido por algún senderista en calidad de cura. Pero muchos policías –y muchos de sus propios superiores obispos– sospechaban que colaboraba con terroristas. En el interior de las cárceles, ambos bandos lo necesitaban. Él era el único que podía ponerlos de acuerdo. 

Con cierta frecuencia, los presos se amotinaban. Muchas de esas revueltas acababan en masacres. Pero cuando Lanssiers entraba a hablar con presos y policías, salvaba la situación. Más de una vez, tuvo que sacar cadáveres sobre sus propios hombros. 

Todos confiaban en él porque era el único que los trataba como humanos. En el humo de la guerra, solo se ven amigos o enemigos. Pero Lanssiers tenía tanta estatura moral que conseguía ver personas. Y solo le preocupaba que esas personas tuviesen dignidad. El Dios del padre Lanssiers no era un viejito de barba obsesionado por la castidad. Lanssiers –como Gustavo Gutiérrez, el mexicano Alejandro Solalinde y otros sacerdotes– veía a Dios encarnado en todas las personas despojadas de su dignidad. Para él, la mejor oración consistía en aliviar el sufrimiento ajeno. 

He visto un poco de Hubert Lanssiers en el Papa que hace unos días defendió en Puerto Maldonado, en plena Amazonía peruana, el derecho de los indígenas a la tierra. Y se manifestó en contra de las esterilizaciones forzadas, ese sistema de exterminio silencioso de los pobres. Volví a verlo dos días después, en Trujillo, cuando Francisco denunció el feminicidio en uno de los países más peligrosos del mundo para las mujeres. El líder de la Iglesia Católica no se cortó para condenar la corrupción, incluso en el Palacio de Gobierno, una señal de estar al corriente de las aventuras financieras de su anfitrión. No sé de ningún Papa que haya tocado temas tan polémicos de manera tan directa. 

Sin duda, a Francisco le ha faltado una condena más firme de la pederastia. Sus gestos han sido vagos. Sus declaraciones, extemporáneas. Algunas de sus compañías, dudosas. Incluso tuvo que disculparse por algunas desafortunadas declaraciones al respecto. Su mayor reto de este viaje sigue pendiente: disipar la sensación de complicidad entre las altas instancias vaticanas y los abusadores de menores que han causado tanto dolor en todo el mundo. 

Debido a esa chocante actitud, mucha gente acusa al Papa de tener un discurso vacío, de hablar mucho pero no hacer nada en realidad. Sin embargo, los papas no tienen discursos vacíos. No pueden tenerlos. Todo lo que dicen es objeto de escrutinio. 

Hay muchos curas en el Perú como el padre Lanssiers, cuya fe se realiza en la solidaridad hacia otras personas. Sus trabajos son muy pequeños para la opinión pública pero grandes para sus beneficiarios. Habitualmente, se realizan en lugares que preferimos no ver: cárceles, zonas de miseria, minas. La mayoría de esos curas son deliberadamente anónimos. Prefieren la discreción que las polémicas.  

Para ellos, los discursos de Francisco sobre temas sociales y políticos constituyen un espaldarazo que nunca habían recibido. Si el jefe de la Iglesia se muestra en contra de la violencia de género o de la desigualdad, muchos católicos también verán esas cosas con otros ojos. 

Matar a una mujer porque crees que es de tu propiedad o arrebatar sus tierras a una comunidad indígena para hacerte rico son actos contra la dignidad humana y, por lo tanto, contra Dios. Es muy importante que lo diga un Papa. Y no conviene olvidarlo, aunque haya muchas otras cosas que aún esperamos escuchar de él.