EL PAPEL DE LA IGLESIA EN LA POLÍTICA (¿acaso no es evidente...?)

Autor: 

Juan Carlos Townsend J.

(Tomado del Boletín de los Sagrados Corazones en el Perú N°393, Marzo de 2016)

La verdad es que me siento un poco tonto escribiendo sobre esto. ¿Qué necesidad hay de publicar en el Boletín algo sobre el papel de la Iglesia en la política? ¿Que acaso no es un asunto absolutamente obvio? Luego de empezar el texto varias veces (todas ellas con la sensación de estar diciendo cosas totalmente evidentes) sigo desconcertado ante la tarea. Y es que, al menos entre nosotros Sagrados Corazones, creo que la relación entre vivencia de fe y compromiso político salta a la vista.

Partimos, por supuesto, de la noción de que la Iglesia somos todos los creyentes. No sólo los obispos, los curas y religiosas, sino todo el Pueblo de Dios, formado principalmente por laicos. No sólo los obispos, curas y religiosas…. PERO TAMBIÉN ELLOS. Y partimos también, por supuesto, de la noción de que la política se refiere a toda actividad en función de la búsqueda del bien común, de la administración de los bienes de la tierra y de la vida en sociedad. No sólo tiene que ver con las Elecciones, los partidos políticos, el rol del JNE… PERO TAMBIÉN CON ELLO. Y partimos, por último, de la claridad de que la Iglesia existe para propagar el mensaje del Evangelio, para extender el Reino de Dios, para ser testigos del amor.

En fin. Esto fue de las primeras cosas que aprendí allá por 1978 en mi retiro de III de Media (con el P. Héctor de Cárdenas) y, poco después, en mi formación temprana como catequista y como miembro de lo que sería la Comunidad Héctor de Cárdenas. Ha sido un tema que durante los 80s y 90s los comunos trabajábamos a fondo en los programas de Confirmación, apoyados en los documentos de Puebla y, por supuesto, en las Escrituras. Es la clave  para que la vivencia de fe no sea solamente “piadosa” sino que busque promover, en los espacios en que me toque estar, la vida y la justicia. El Reinado de Dios.

¿Y cuáles son los temas que son vitales en esta línea? Un montón, pues. La pobreza, claro. La injusticia, la explotación. Las poblaciones marginadas. Las brechas de género, la desigualdad de condiciones de la mujer, el machismo, el feminicidio. Los derechos laborales, el sueldo mínimo, el subempleo, la desocupación. El racismo, la xenofobia, la actitud ante los inmigrantes. La contaminación, la deforestación, el abuso del plástico, los derrames en la selva, la minería ilegal (y a menudo la legal), la extinción de especies animales y vegetales, el cambio climático. Los derechos de las minorías sexuales, la unión civil, la homofobia. Los derechos de los pueblos originarios. La seguridad, la violencia en las calles, la delincuencia. El maltrato infantil, la desnutrición infantil, el trabajo infantil. Sobre éstos y sobre muchos temas más, Dios tiene siempre algo que decir. Algo que decirnos. Algo que decir a través de nosotros, la Iglesia. Algo que, más que con las reglas de la economía y el mercado, las tradiciones y catecismos, o la moral y las buenas costumbres, siempre tiene que ver con el Amor y la Misericordia.

El papel de la Iglesia en la política, pues, es obviamente METERSE EN ELLA (a todos los niveles) y teñirla profundamente del amor de Dios por los más pequeños, de Su justicia que no es como la de los hombres, de Su preocupación urgente por cada uno de sus hijos. Cada miembro de la Iglesia, pero también cada célula (comunidad, movimiento, congregación, parroquia) y el Cuerpo en su totalidad están llamados a ello. No es tarea fácil, claro, porque implica discernir y ello, a su vez, implica informarse constantemente, formarse teológica y bíblicamente -pero también en las ciencias humanas y sociales… y dialogar, debatir, actuar… complicarse la vida. Leonardo Boff dice que la fe es como una bicicleta: tiene dos ruedas, la de la religión (la Palabra, las oraciones, la Eucaristía, la predicación) y la de la política (todas aquellas acciones que se encaminan a la construcción de un mundo más justo y fraterno). Y puntualiza que sin la rueda de la política, la de la religión se vuelve vacía e inoperante.

¡Y son tantas las urgencias! Basta pensar en la coyuntura electoral y los crecientes rumores de fraude. O en los derrames de petróleo en la selva, los abusos de grandes empresas hacia poblaciones minoritarias, las zonas deforestadas. O los recurrentes episodios de racismo, misoginia u homofobia. O la simple y llana pobreza con la que nos acostumbramos a convivir.

Y entonces tendría que vibrar desde nuestro interior, imparable como el flujo de la sangre desde el corazón, ese aspecto de  nuestro carisma del que nunca hablamos lo suficiente: el Celo. El celo, la pasión ardiente que brota desde la fe y el amor y que me hace sentir que “no me puedo quedar de brazos cruzados… ¡tengo que hacer algo!”

¿El papel de la Iglesia en la política? Meterse. Ensuciarse. Jugársela, quemarse, embarrarse. Hacer todo lo que se pueda en cada uno de los temas desde los cuales Dios nos llama, nos grita. Cada uno de nosotros como individuo. Cada uno de nuestros grupos y comunidades. En nuestro caso particular como Congregación y Familia ss.cc., no veo otra forma de anunciar el amor misericordioso de Dios manifestado en Jesucristo.