NECESARIAS REFLEXIONES ENTRE NOSOTROS

Autor: 

Pablo Espinoza (grupo Siquem)

Me he preguntado en estos días si las denuncias difundidas contra los dirigentes del Sodalitium Christianae Vitae nos deberían motivar una reflexión como miembros de la Comunidad SS.CC. Héctor de Cárdenas. Seguramente lo hemos hecho al interior de nuestros grupos de reflexión. Como ustedes, conozco por los medios informativos la gravedad de las denuncias y he leído varias columnas de opinión manifestando indignación ante lo ocurrido y rotundo rechazo a la utilización de motivaciones de fe para justificar o encubrir vejámenes contra adolescentes y jóvenes. En esa indignación coincidimos plenamente. Es verdad que algunas opiniones “echan al niño con el agua”, es decir, encuentran que lo sucedido es una muestra del carácter intrínsecamente deformador de la religión y los riesgos de las asociaciones regidas por principios de fe.

El año de fundación del Sodalitium me fue evocador: 1971. Apenas un año después, un grupo de adolescentes y jóvenes entre los que nos encontrábamos Juan Borea, Adrián Revilla, Ernesto Fuentes, yo (junto a otros), por nombrar a los que somos más conocidos por la mayoría, empezamos a frecuentar la casa de la calle Ramón Zavala 243 en Miraflores, lugar donde residía la comunidad de formación de los Sagrados Corazones. Vivíamos nuestros últimos años escolares o los primeros de la Universidad. Allí conocimos a los padres Héctor de Cárdenas, Gastón Garatea, José Luis González, y a los estudiantes Hilario Huanca, Jorge Injoque y otros hermanos que discernían su vocación a la vida religiosa. Teníamos entre 15 y 18 años. En los ambientes ligados a nuestros colegios y parroquias de origen eran conocidas las convocatorias de grupos cristianos como los sodálites, el Opus Dei con sus casas de Miraflores, el movimiento Palestra, los movimientos salesianos Eje y Escoge, los Neocatecumenales y hasta los más fundamentalistas como Tradición, Familia y Propiedad.

Debo dar testimonio que lo que encontramos en el estilo de trato con nosotros y en la manera de vivir entre los hermanos de los SS.CC. fue siempre un gran respeto y una invitación libre a vivir la fe en comunidad, nunca una imposición. Aprendimos a vivir el valor de la amistad y, como lo hemos manifestado tantas veces, Héctor fue para nosotros antes que un cura, un amigo, una persona afectuosa y siempre dispuesta a escucharnos. Aprender a ser amigos entre nosotros y amigos de Jesús fue la propuesta. Como un signo, está la famosa charla de la amistad de Juanito en los retiros y jornadas que organizamos dirigidos hacia otros jóvenes, la mayoría escolares de colegios Maristas. Y la vivencia de nuestra amistad hasta hoy compartida y celebrada en Siquem.

Recuerdo por esos años a Héctor manifestando su profundo desacuerdo con técnicas de manipulación personal en la pastoral juvenil, discursos que exacerbaban la conciencia de culpa para luego ofrecer caminos salvadores y, sobre todo, la utilización de la afectividad del adolescente como arma para el chantaje o la creación de relaciones de dependencia. ¿Por qué lo hacía? Porque en el ambiente eclesial de trabajo con adolescentes y jóvenes existían esas prácticas y estilos. Nunca nos imaginamos la gravedad de las situaciones que derivaron en las recientes denuncias.

Éramos adolescentes, empezábamos a tomar distancia de nuestras familias, anhelábamos forjar nuestras convicciones y autonomía, buscábamos ideales y nuestra disposición era a adherirnos a referentes personales que nos inspiraran en la vida. En suma un terreno fértil para sembrar la semilla del Evangelio, para presentarnos a la persona de Jesús y sus caminos. Y seguramente al mismo tiempo éramos proclives a adherirnos a liderazgos mesiánicos o a fascinarnos por personalidades con fuerte convocatoria individual, que ciertamente las había en el entorno.

El contexto inspirador y desafiante del país y la Iglesia favorecía radicalidades. Movimientos sociales y políticos al cabo de los años del gobierno militar de Juan Velasco, compromiso de cristianos por el cambio social en muchos países de América Latina, los ecos vivos de los textos del Concilio Vaticano II y en especial de la Conferencia de Medellín, dictaduras militares que producían represión y martirio de creyentes en América Latina y Centro América, el desarrollo de la Teología de la Liberación con un Gustavo Gutiérrez activo y con debates entre los cristianos sobre el rol que nos correspondía en favor de un mundo justo.

Pero no quisiera sólo mirar hacia atrás, creo que es tiempo de reafirmar entre nosotros valores fundamentales en cualquier relación que se establezca con las personas que lleguen hasta nuestra comunidad, ya sea porque están en búsqueda o las invitemos a conocernos. Este es un espacio de fraternidad, de vivencia libre de la fe, donde la atención a la persona es lo primordial. Tratamos de vivir la fe como nuestra respuesta a una permanente invitación, un don compartido, asumiendo nuestras limitaciones y pecados, sabiéndonos perdonados, siempre perdonados porque obra en nosotros la amorosa misericordia de Dios. No debemos sentirnos por encima de nadie.

En los retiros, jornadas y programas de confirmación, cuando cientos de jóvenes han entrado en relación con nosotros, seguramente nos hemos encontrado con personas con grandes necesidades afectivas, dispuestas a crear relaciones de dependencia, entregando su confianza con el riesgo de perder los límites. Recuerdo al propio Héctor dando cobijo temporal a jóvenes que habían sido expulsados de sus casas. En un contexto de tanto desamor y maltrato, una comunidad acogedora puede ser un espacio formativo y seguramente sanador, y a la vez un marco propicio para relaciones asimétricas y dependientes.

Debemos afirmar también que, por más divergencias que tengamos con otras agrupaciones religiosas respecto de la concepción de la fe, la manera de vivirla, la incidencia social del evangelio o el propio compromiso de los cristianos, hemos de reconocer que dichas instituciones fundadas en la fe han ofrecido y siguen ofreciendo a quienes pertenecen a ellas espacios que les han permitido y permiten crecer como personas y creyentes.

Nada asegura que en una comunidad de creyentes, por más abierta o liberal que sea, no se vayan a producir abusos o manipulaciones que deriven en la cosificación de personas hasta llegar a los terrenos que comprometan la afectividad o la sexualidad para beneficio individual. Ello porque en definitiva, como diría San Pablo, el Evangelio es un tesoro que llevamos en vasos de barro, es decir, se trata de la relación y testimonio entre personas, con nuestros límites y pecados. Por ello debemos cuidar la necesaria vigilancia fraterna, el discernimiento permanente de nuestro actuar con los demás, la revisión de vida a la luz del Evangelio y la corresponsabilidad cuando se trata de formar personas.

Quiero concluir dando testimonio y agradeciendo la calidad personal de Héctor de Cárdenas y de quienes junto a él nos acogieron y acompañaron en nuestras primeras etapas de madurez personal y de fe, siempre en un clima de profundo respeto y cuidado por forjar nuestro libre discernimiento, sin apegos o dependencias, invitándonos a cultivar nuestras cualidades para ponerlas al servicio de los demás, en particular de los pobres de nuestro mundo. Sobre todo, nos mostraron el rostro de un Jesús joven, cercano, amigo, compañero de ruta, aquel por el que vale la pena entregar la vida.

Lima, 29 de octubre de 2015.