Octubre: la Iglesia en las calles - Pablo Espinoza E.

Autor: 

Pablo Espinoza

**Artículo aparecido en la columna religiosa semanal "La periferia es el centro" de la página web de La República.

Transcurre el mes de octubre tradicionalmente marcado por la devoción al Señor de los Milagros. La centenaria manifestación de la fe popular parece sacar a la Iglesia a las calles en muchos lugares del Perú y el mundo. Coincide esta imagen de una comunidad de creyentes que sale, camina, peregrina y va detrás de su Señor, con aquellas primeras formas de reconocer a los cristianos en los albores de la historia de la Iglesia: los del camino, se les llamaba. Debió haber marcado con mucha fuerza la memoria visual de los primeros cristianos, a quienes les correspondió transmitir oralmente los dichos y actos de Jesús de Nazaret, el ver a sus discípulos yendo de un lugar a otro junto al Maestro por aquellos caminos de la Palestina del siglo I. Podemos reconstruir los primeros escenarios de la evangelización centrados en la memoria y la palabra de estos primeros testigos que atendían en pequeños grupos los intereses y preguntas de quienes querían conocer el camino del Resucitado y ser sus discípulos. Esa fresca y sincera inquietud por conocerlo y caminar tras de Él se prolonga hoy en la procesión del Cristo de Pachacamilla y en otras devociones en nuestro país. Salimos a caminar con nuestras esperanzas y sufrimientos, dando gracias y manifestando también desaliento e indignación. Porque quienes caminamos somos personas con dignidad y mundos familiares diversos, creyentes necesitados de fortalecer nuestra fe, ciudadanos con aspiraciones y derechos, vecinos con urgencias de seguridad y calidad de vida. A la vez es legítimo y responsable preguntarnos por la incidencia de nuestra fe en la vida diaria, por el impacto del creer en Jesús frente a lo que nos acontece y llama a actuar: la pobreza, la violencia, la corrupción o inseguridad.  En otras palabras, preocuparnos por cómo nuestra fe tiene una eficacia social, política, económica, cultural, ética. De lo contrario cumpliríamos un rito vacío, una tradición reducida a costumbre sin relevancia.  Esto se hace más urgente conforme nos aproximamos a los días de la visita del Papa Francisco, quien llegará como un peregrino de la paz y la esperanza. Seguramente su anhelo será que sus gestos y palabras puedan calar hondo no sólo en los creyentes sino en quienes se dispongan a oírlo con buena voluntad, preocupados por sus hermanos en esta casa común, nuestra tierra peruana.

Recordemos que el pontificado de Francisco se distingue por la sencillez, cercanía y llaneza para el trato con la gente. “Acuérdate de los pobres” le susurró al oído un cardenal amigo que estaba a su lado durante el cónclave cuando ya era inminente su elección, y ese susurro ha sido asociado con el soplo del Espíritu de Jesús, quien proclamó: “He venido a traer la Buena Noticia a los pobres”. Por eso para el papa Francisco este constante volver a Jesús y su mensaje es fuente de libertad y audacia, dos dimensiones que han sido puestas en práctica durante estos años en su caminar. Nos viene a visitar un Papa que nos alienta a salir, a ir a las periferias, a transponer fronteras de todo tipo; quien con su actitud dialogante tiende puentes, busca aproximar y convoca. Sus intervenciones querrán tener una fuerza esperanzadora y a la vez desafiante.  Ojalá ejercitemos esa disposición a oírlo de verdad, a reconocer que nos recordará muchos motivos para sentirnos orgullosos de la tradición de fe de nuestro país, y a la vez nos invitará a sentirnos responsables de aportar desde nuestra condición de creyentes frente a situaciones de injusticia, corrupción, maltrato y abandono que padecen muchos en nuestro país.

De la misma manera como la fe en el Señor de los Milagros nos saca a la calle, nos reúne y moviliza colectivamente llevándonos al encuentro de muchos hermanos que claman justicia, sanación, reconciliación y ser atendidos;  estoy seguro que las palabras del Papa Francisco nos habrán de movilizar, no sólo con el afán de verlo pasar o recibir su bendición, sino sobre todo con la necesidad de revitalizar la fe en todo aquello que contribuya realmente a ocuparnos de quienes más urgen del cuidado de sus derechos, el reconocimiento y la defensa de su dignidad. Ese habrá de ser el verdadero fruto generoso de una visita papal ya próxima. Que nuestra fe en el Cristo de los Milagros, cuya devoción precisamente nació en los márgenes de la Lima colonial, sea inspiradora de palabras y gestos esperanzadores para nuestra patria tan urgida de Buenas Noticias.