Roxana Cecilia Ayres Cáceres nació en el Hospital Lorena del Cusco el 19 de enero de 1958, hija de Carola y Adolfo. Fue la tercera de tres hermanos, 17 años menor que su hermana Teresa, quien escogió su nombre. Desde pequeña fue alegre, divertida y sumamente traviesa, con una enorme facilidad para hacer amigos en todas partes. Amaba las muñecas, estar con sus amigas, ver aterrizar los aviones, tejer y correr descalza bajo la lluvia. Estudió en el colegio Santa Rosa del Cusco, donde destacó por su alegría y sus travesuras, aunque no por su amor al estudio. Luego del colegio, estudió un año de secretariado. A los 19 años se casó con Óscar Flórez, un arquitecto que conoció en su primer trabajo. Un año después, nació su única hija, Ana Cristina. Poco tiempo después, al morir su padre, ella y su esposo deciden vender todo y mudarse a Lima.
Ceci se dedicó por varios años a criar a su hija y atender su casa hasta el año 1989 en que empieza a trabajar como secretaria, primero para un estudio de abogados, luego para un broker de seguros. Con el pasar de los años, comenzó a trabajar independientemente como administradora privada de diversas personas. En todas partes se hizo conocida por su sencillez y alegría, pero sobre todo por su impresionante disposición a ayudar, su vocación de servicio. En 1999, ella y su hija Ana Cristina fueron invitadas a la misa de la Comunidad por Vanessa Borea, por entonces una niña. Empezaron a asistir y, unos meses más adelante, Ceci fue invitada a formar parte de un nuevo grupo de reflexión que tomaría el nombre de Jerusalén. En los años siguientes, la Comunidad fue conociendo y apreciando su permanente disponibilidad para el servicio, que combinaba con una humildad y discreción genuinos. Formó parte por años de la comisión de liturgia y la comisión de acogida, y fue parte también del Consejo de Hermanos. Una de las cosas que más apreciaba era su familia, y había aprendido de su madre una lección que le transmitió a su hija: nunca te vayas a dormir estando peleada con alguien de tu familia. Era incondicional de su esposo Óscar y de su hija Ana Cris. Cuando nació su nieta Zoe y, más adelante, los mellizos, fue la abuela más feliz del mundo.
Su enfermedad tomó de sorpresa tanto a Ceci como a su familia y amigos. Acostumbrada a estar disponible para todos con la mejor actitud, aún cuando no se sintiera bien, le restó importancia a los primeros síntomas de su cáncer. Diagnósticos poco acertados de algunos médicos permitieron que la enfermedad avanzara. Cuando el mal se hizo sentir con fuerza, Ceci lo afrontó como lo afrontaba todo: con serenidad, fe y entereza, sin dejar ni por un instante de preocuparse por los demás. Luego de dar encargos, asegurándose de dejar todo en orden, descansó en la paz del Señor el 1° de febrero del 2016.