Algunas reflexiones sobre la formación en la Comunidad SSCC Héctor de Cárdenas

Autor: 

Pablo Espinoza E. - grupo Siquem

Me quedaron resonando varias de las ideas que intercambiamos el martes 21 de febrero entre los delegados de los grupos convocados por Juan Carlos Townsend para tratar, entre otros puntos, el tema de la formación en la Comunidad**.

Recuerdo que Héctor insistía que en nuestra vida de creyentes debíamos cuidar de cuatro dimensiones: Formación, Acción, Reflexión y Oración (FARO). Como hemos evocado tantas veces, en los orígenes de la Comunidad vivíamos un ambiente eclesial muy motivador para interesarnos en la formación teológica.  En 1971 se publicó la primera edición de Teología de la Liberación del P. Gustavo Gutiérrez. Los Cursos de Teología organizados por la U. Católica en los veranos de los años 70 y 80 ofrecían un espacio convocador de cientos de participantes. El propio Héctor era un asiduo asistente a ellos. Accedíamos a los libros y revistas que llegaban a la casa de Ramón Zavala, publicados por el Centro de Estudios y Publicaciones, como Páginas o Signos. La visita de teólogos amigos de Gastón nos ofrecía diálogos sobre la vida de los cristianos en América Latina. Todo ello, aunado a la intensa vida eclesial y lo que acontecía en el país, alimentó en un grupo de nosotros un verdadero interés por la teología que buscamos mantener hasta hoy.

Por formación entiendo aquella dimensión que, como bellamente expresa el Evangelio, nos invita a estar siempre dispuestos a dar cuenta de nuestra esperanza(I Pe. 3,15) y hacerlo en cada momento histórico. Es decir, manifestar su relevancia o significación en un diálogo razonado con los cuestionamientos de cada tiempo. ¿Qué le dice nuestra fe a los problemas que hoy enfrentamos? Nos referimos a la formación en teología, también llamada la inteligencia de la fe; y sus ramas como la eclesiología o la cristología, y otras. Dicha formación puede ser sistemática cuando la recibimos en un instituto o universidad con la exigencia académica correspondiente y orientada normalmente a obtener un grado. Puede ser no sistemática, y por ello no menos exigente, cuando está incorporada a la vida cristiana por diversos medios, desde la lectura individual, pasando por la asistencia a cursos cortos presenciales o virtuales, charlas o seminarios. Particularmente las parroquias, comunidades y movimientos son los promotores de esta ésta última porque convocan a la formación hecha diálogo entre la fe y la vida.  Una de las deformaciones del denominado clericalismo es asociar la formación teológica exclusivamente a los candidatos al presbiterado o vida religiosa, cuando debería ser parte central de la formación de todo creyente.

La teología nos permite encontrarle el sentido a lo que hacemos y nos faculta a comunicar la fe. Tiene en la Sagrada Escritura su referente fundamental. Dialoga en cada circunstancia con la doctrina de la Iglesia y la viva tradición reflexiva recibida en siglos de caminar por el pueblo de Dios.

Hermanada con la teología y motivándola, está la reflexión de fe, aquella que de forma cotidiana nos lleva a reaccionar como creyentes frente a lo acontece y nos acontece. Por ejemplo frente a la corrupción o la denominada “ideología de género”, la ecología, los casos de pederastia o temas más controversiales como el acceso de las mujeres al sacramento del orden sacerdotal o la situación de los divorciados en la Iglesia. Pero también el desafío de la fe vivida en pareja, la formación cristiana de los hijos o nuestra indignación frente a las injusticias y el sufrimiento de los inocentes.

En las reuniones de nuestros grupos en la Comuna deberíamos cuidar siempre que estas cuatro dimensiones tengan un espacio o un eco. La acción, entendida como práctica transformadora del mundo según el querer de Dios, es aquella que nos lleva al encuentro con los otros, en particular al servicio de los pobres. El compromiso puede adquirir diversas formas, espacios, medios y roles. Bien sabemos que esos compromisos implican remar contracorriente en la sociedad contemporánea y en los medios concretos donde nos movemos. Por ello la práctica requiere oración y respaldo comunitario para la perseverancia. En nuestros grupos deberían tener un eco especial el intercambio sobre lo propio del laicado: el mundo de la familia, el trabajo, el quehacer profesional, la participación cívica, la política, la vida de pareja. Todos estos temas seguramente nos demandarán reflexiones y suscitarán interrogantes. Una buena reflexión es la que está informada y formada, junto a la acción ambas se alimentan a su vez, como lo recuerda el propio Gustavo Gutiérrez del silencio de la oración, donde nos convertimos en oyentes de la Palabra, como titulaba un hermoso libro cuyo autor fue el P. Karl Rahner.

A las reuniones de grupo llegamos también con realidades que nos preocupan o cuestionan, porque nuestra fe está situada, la vivimos insertos en un tiempo y lugar concretos, y ello nos remite al Jesús que caminó junto a sus discípulos por los caminos de Palestina. “Los del camino” así se llamó a los primeros cristianos. Pero ese caminar requiere tiempos para el reposo, el descanso contemplativo, la reflexión, la lectura, la celebración, el compartir y la oración. Una tradición fundamental que hemos heredado es la celebración compartida de la Eucaristía concebida como el corazón de la Comunidad.

La formación teológica es a la vez una necesidad y un desafío de nuestra vida de fe en este tiempo. Señalábamos en nuestro intercambio el valor de retomar temas o cuestiones transversales que den unidad a la reflexión comuna y la formación de los grupos, respetando su particularidad. Y al mismo tiempo repensar una oferta formativa periódica para la Comunidad mayor más intensa o sistemática que se valga de los medios más adecuados para alcanzar a cuantos de verdad quieran enriquecerse.

No podemos obviar que vivimos un tiempo propicio signado por el pontificado de Francisco. Sabemos que hereda muchas inercias en la institución eclesial y somos conscientes de los claroscuros que ensombrecen todo su afán de renovación. Pero el desaliento y la confusión son tentaciones que pueden restarle calidad a nuestra vida cristiana, como si la sal perdiera su sabor o la luz termine ocultándose sin iluminar la casa.

Concluyo con una afirmación que considero central: para quien viva y comparta las diversas dimensiones que forman parte de la Comuna, ya sea en las eucaristías, las reuniones de grupo, las celebraciones, nuestras formas de trato, quien nos escuche conversar, cantar y hasta discutir encontrará una teología subyacente. Para nosotros es importante cuidar todos esos espacios de encuentro e intercambio porque en definitiva son “lugares teológicos”, es decir, en ellos y a través de ellos Dios se nos comunica y a la vez comunicamos la verdad del Dios en el que creemos, de la Iglesia que nos convoca y de la que formamos parte. Razón para cuidarlos, sentirnos corresponsables de ellos porque son un don para la comunidad eclesial.

 

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**Reunión del Consejo de Hermanos ampliado, el día martes 21 de febrero de 2017.