EL MALETÍN DE HÉCTOR

Autor: 

Pablo Espinoza

Hoy 2 de Setiembre, día del cumpleaños de Héctor de Cárdenas, es una fecha propicia para recordarlo, es decir traerlo al corazón, y agradecer por su vida. Lo vamos a hacer en estos próximos días de muy diversos modos. Quiero hoy contarles una de esas tantas anécdotas que solemos compartir quienes tuvimos la dicha de conocerlo personalmente.

Como bien saben, mientras vivía en la calle Ramón Zavala en Miraflores junto a sus hermanos de los Sagrados Corazones, una tarea que ocupaba sus días era la animación de retiros para estudiantes de colegios. En ese tiempo, lo acompañábamos un grupo de alumnos y exalumnos de los colegios Maristas. Me tocó un día participar por primera vez en uno de esos retiros como animador, es decir, acompañando a un grupo de los chicos y formando el equipo de coordinadores presididos por él. Recuerdo bien esas enormes habitaciones y los interminables pasillos de la casa de retiros de Villa Marista en Santa Eulalia. El retiro iba de viernes a domingo por la tarde. Las charlas, cantos, dinámicas, celebraciones y momentos de trabajo en grupo ocupaban nuestras jornadas.

Un momento especial que Héctor cuidaba cada noche era cuando ya todos los chicos estaban en sus camas, aparentemente durmiendo, y los coordinadores de grupo nos podíamos reunir para evaluar el día. En aquella primera vez de mi participación, me llamó mucho la atención ver llegar a Héctor a Villa Marista con un enorme maletín de cuero marrón. Lucía pesado y lo guardaba en su habitación sin que lo volviéramos a ver sólo por las noches cuando nos convocaba en una pequeña sala. Antes de empezar, mientras nos cuidábamos de hablar en voz baja para no despertar a los chicos, disimulando la risa al recuerdo de una anécdota, Héctor se aparecía con su maletín haciendo espacio en la mesa de centro. La primera idea que se vino a mi cabeza fue, es el momento de la oración Héctor nos repartirá biblias a todos, las tiene allí en ese pesado maletín que pone al centro. Cuál no sería mi sorpresa cuando al abrirlo sacó una botella de pisco Vargas, varios vasos y galletas para todos. No saben lo bien que caía en las frías noches de Santa Eulalia ese pisco que Héctor compartía y que nos ayudaba a todos a bajar las tensiones propias de nuestro trabajo en los retiros.