PRONUNCIAMIENTO DE LA COMUNIDAD SS.CC. HÉCTOR DE CÁRDENAS ANTE LOS DERRAMES DE PETRÓLEO EN LA SELVA NORTE DEL PAÍS

Autor: 

Consejo de Hermanos - Comunidad ss.cc. Héctor de Cárdenas

 

“Y vio Dios que todo cuanto había creado era muy bueno” (Gen 1,31)

En lo que va del presente año, dos fugas de petróleo en la selva peruana han afectado gravemente a los ríos de la Amazonía y a todo el hábitat circundante –flora, fauna y poblaciones indígenas- obligando a declarar la emergencia sanitaria, debido principalmente a que el agua ha dejado de ser apta para el consumo.

Una primera fuga, el mes de enero, se debió a la rotura de una troncal del oleoducto nor-peruano, con el consiguiente derrame de más de dos mil barriles en la zona de Chiriaco, distrito de Imaza, en la provincia de Bagua. Apenas unos días después, una segunda fuga en el oleoducto, a 235 kilómetros de la primera, afectó a la provincia de Dátem del Marañón; en esta ocasión, el petróleo se expandió alcanzando los ríos Mayuriaga y Morona.

Según informes de la Defensoría del Pueblo, se trata del quinto derrame desde el año 2011, con exclusiva responsabilidad de Petroperú. Aunque es cierto que se tomaron algunas medidas remediales como empozar el petróleo, ello ha resultado de lejos insuficiente. Por otro lado, existen denuncias de que la empresa estuvo pagando cinco soles a los pobladores (niños incluidos) por barril de petróleo recogido, hasta que el tema apareció en los medios.

Las zonas afectadas han sido, desde hace siglos, el territorio de poblaciones como los Awajún (en el caso de Chiriaco) y de los Achuar, Wampis y Chapras (en el caso de Morona). El río Marañón es el más importante afluente del Amazonas, lo que implica que el daño será de largo plazo. La calidad del agua está gravemente dañada y, aunque los medios no informen mucho al respecto, los niños de las comunidades siguen jugando, bañándose, comiendo y bebiendo a las orillas del río contaminado. Por otro lado, las fotos que han circulado por las redes son apenas una muestra del irremediable daño causado en zonas de gran biodiversidad, como son las reservas comunales Chayu, Nain y Tuntanain, hábitat de muchas especies frágiles e incluso en serio peligro de extinción.

Ante los hechos, Mons. Alfredo Vizcarra Mori, S.J., obispo de la zona selva del Vicariato Apostólico San Francisco Javier, junto con los agentes pastorales reunidos en Asamblea en la Misión Chiriaco, han denunciado los daños que este accidente está ocasionando a la naturaleza en esta región y, especialmente, a los habitantes de las diferentes comunidades. Por supuesto, exigen prontas medidas.

Este desastre es sólo el último de una larga lista de fugas de petróleo en la zona. Es claro que el oleoducto es antiguo, obsoleto y que no ha recibido el mantenimiento adecuado prácticamente desde su creación. El propio ministro del ambiente, Javier Pulgar Vidal, ha señalado claramente este hecho. Pero ello forma parte de un tema aún más grave: la poca preocupación tanto del Estado como de la sociedad civil por la conservación del medio ambiente.

En las últimas décadas se han aprobado leyes y creado organismos para un mejor manejo de nuestros recursos naturales; ello incluye los  Ministerios del Ambiente y de Cultura. En el 2011, dos años después de las protestas de comunidades indígenas que terminaron con la muerte de 34 personas en lo que recordamos como el “Baguazo”, el congreso aprobó la ley de consulta previa, convirtiéndonos en el único país con una norma que permitía implementar un derecho internacional consagrado en Convenio 169-OIT. Sin embargo, desde el 2013 se ha iniciado un retroceso en el campo de la protección ambiental y del respeto a los derechos de las comunidades nativas. La aprobación de diversas leyes “pro-inversión” fue minando el cuidado del medio ambiente y el derecho a la consulta de más de 7 millones de indígenas. A ello se suma la pobre presencia del Estado en la zona, lo que es más grave por ser el Perú un país con muchos conflictos por el control y uso de la tierra (sobre todo cuando de minería o petróleo se trata).

El Gobierno ha arrendado más del 70% de la Amazonia peruana a empresas petroleras. Muchas de estas adjudicaciones corresponden a zonas tradicionalmente habitadas por pueblos indígenas.  Se ha abierto así a foráneos (como madereros y colonos) el acceso a zonas que solían ser inaccesibles, facilitándose la destrucción del ecosistema del que dependen muchos pueblos indígenas.

El Papa Francisco, es su reciente carta encíclica “Laudato Si”, denuncia el “sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas”. Allí  nos recuerda que “no somos Dios: la tierra nos precede y nos ha sido dada para cuidarla”, y se detiene detalladamente en describir el grave daño que le hacemos a la tierra, a sus ecosistemas, a las especies animales y vegetales. Denuncia también la exclusión social que sufren muchos hermanos, como las poblaciones indígenas.

La gravedad de estos sucesos no está encontrando eco en los medios de comunicación. Los periódicos y noticieros apenas si hacen alguna mención de los hechos y es sólo mediante las redes sociales que estamos al tanto de ellos. Y es preocupante que, en plena campaña electoral, las menciones al tema ambiental sean mínimas.

Como cristianos y testigos del amor de Dios, no podemos permanecer indiferentes a todo esto. En la confirmación de nuestro bautismo, nos comprometimos a renunciar “al egoísmo, que no tiene en cuenta lo que es bueno para los demás” y “a toda injusticia, que no sólo es hacerla, sino encubrirla”. Y como miembros de esta Comunidad, hemos repetido cada año que nos comprometemos “a trabajar, desde mi propia vocación, en la construcción de un mundo justo y renovado, acorde con los valores del Evangelio”.

Nos toca levantar la voz, hacernos presentes. Participemos, en la medida de nuestras posibilidades, en plantones y marchas. Si los medios no le dan el peso debido a este tema, repliquémoslo por nuestra cuenta por correos y por redes sociales; hablemos de ello con todo el mundo, ayudando a tomar conciencia y a crear presión. Es importante generar una corriente de opinión que fomente la presencia real del Estado como protector del medio ambiente, de la biodiversidad y de los derechos de las comunidades nativas. Que apueste por empoderar a los pueblos indígenas y reconocerlos como guardianes del ecosistema en sus propios territorios, tal y como ha señalado el Papa Francisco en su reciente visita a México. Que presione a entidades como el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) para que sean supervisores efectivos que garanticen la protección de la tierra que Dios nos ha dado en custodia.

Y por supuesto, buscar la coherencia también en nuestras vidas cotidianas. Reducir el consumo de plástico y descartables, economizar energía, disminuir en lo posible el uso de gasolina, reciclar desechos. Estamos llamados a ser signo de contradicción y de esperanza en un mundo de egoísmo, prisas y consumismo, un mundo necesitado del amor de Dios. Que Él nos ayude a ser fieles a ese llamado.

En los Sagrados Corazones,

Angie, Juan Carlos, Mariella y Pam

Consejo de Hermanos

-Febrero de 2016-